Cuando el conflicto devastó su vida, Paulo Benedito recurrió a la tierra. Ahora cultiva maíz y hortalizas de hoja en las afueras del centro para desplazados internos de Meculane, en el norte de Mozambique. © FAO/María Legaristi Royo
Paulo Benedito había construido su vida en torno al mar. Nacido y criado en Quissanga, una pequeña localidad costera de la provincia de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, Paulo proviene de una antigua familia de pescadores. El océano era más que un medio de vida: era una forma de vida transmitida de generación en generación.
Cada mañana, antes del amanecer, salía en su embarcación de madera y regresaba horas más tarde con suficiente pescado para alimentar a su familia y, si la pesca era buena, para vender en los mercados. Sus modestos ingresos le permitían enviar a sus hijos a la escuela, mantener a su esposa y contribuir al bienestar de su comunidad. Para Paulo y su familia, Quissanga siempre había sido su hogar, un lugar que les ofrecía estabilidad, un propósito y sentido de pertenencia.
Pero, en 2021, insurgentes islamistas armados —conocidos localmente como Ansar al-Sunna o “al-Shabab” y vinculados al Estado Islámico— lanzaron violentos ataques en todo Cabo Delgado. Quemaron casas, saquearon aldeas, secuestraron a civiles y desplazaron por la fuerza a decenas de miles de familias.
El terror devastó la comunidad de Paulo, mató a sus seres queridos y convirtió el lugar al que llamaba hogar en un frente de guerra. Todo cambió de la noche a la mañana.
Obligado a huir, Paulo llegó al centro para desplazados internos de Meculane con su esposa y sus siete niños, cuatro que eran hijos suyos y tres huérfanos que acogió tras morir sus madres a causa de la violencia.
La transición fue muy dura. La agricultura era un territorio desconocido y la idea de empezar de cero en una profesión completamente nueva parecía abrumadora. Pero Paulo no tenía otra opción: había perdido su barco, sus instrumentos de trabajo y su hogar.
“Al principio, no sabía qué hacer”, recuerda Paulo. “El mar era lo único que conocía. Pero cuando llegamos aquí, me di cuenta de que tenía que aprender algo nuevo para sobrevivir”.
Decidido a alimentar a su familia, Paulo se inscribió en las sesiones de capacitación agrícola que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ofrecía en la comunidad. No tardó mucho en destacar como uno de los alumnos más aventajados.
“Ahora prefiero la tierra al mar”, afirma Paulo. “La agricultura es una profesión que me hace más feliz. Es menos arriesgada y, aunque no venda nada, al menos sé que mi familia tendrá algo que comer”.
Con financiación del Banco Africano de Desarrollo, la FAO proporcionó a Paulo semillas para cultivar otras hortalizas, lo que le permitió mejorar la nutrición de su familia. © FAO/María Legaristi Royo
Construir un medio de vida desde cero
Desde que llegó a Meculane en 2021, Paulo ha reconstruido su vida desde cero. Lo que comenzó como un reto colosal —aprender a cultivar en un terreno desconocido— se ha convertido en una rutina diaria basada en la determinación y la perseverancia.
Tras cuatro años de arduo trabajo y aprendizaje a través de la práctica, Paulo y su esposa gestionan ahora dos parcelas de una hectárea. Cultivan diversos productos durante todo el año y se turnan para trabajar la tierra. Los fines de semana, sus hijos mayores, que tienen 10 y 12 años, se unen a ellos en el campo, donde aprenden habilidades valiosas mientras ayudan a que el hogar salga adelante. Juntos, han convertido la adversidad en un medio de vida familiar.
Paulo cultiva frijoles, maíz, sandía, guisantes, maní, okra y mandioca. Divide la cosecha en tres partes: consumo familiar, almacenamiento de semillas para la próxima temporada y venta del excedente en los mercados locales. Esos ingresos cubren los gastos escolares de sus cinco hijos, la ropa y los medicamentos, y además les permiten ahorra un poco.
Vender los productos en los mercados de Chiure, a 25 kilómetros de distancia, supone un desafío y un costo adicionales. El viaje en motocicleta cuesta hasta 150 meticales (más de 2 USD), un gasto que aumenta la presión sobre sus limitados ingresos.
Tras el paso del ciclón Chido en 2024, la FAO, junto con el Gobierno de Mozambique y con financiación del Banco Mundial, puso en marcha un programa de distribución de semillas e instrumentos de emergencia para ayudar a la comunidad a recuperarse de esta última crisis y a reanudar sus actividades agrícolas. © FAO/María Legaristi Royo
Cuando ocurre una catástrofe, el apoyo es importante
En 2022, la FAO proporcionó a Paulo cuatro pollos. Ahora tiene ya 15, lo que proporciona a la familia un suministro constante de huevos y carne, así como una fuente adicional de ingresos gracias a la venta de polluelos.
En 2024 y 2025, la FAO, con financiación del Banco Africano de Desarrollo, inició un nuevo proyecto en la zona y Paulo recibió semillas para cultivar coles, cebollas, tomates y calabazas. Estos cultivos le permitieron diversificar sus comidas y mejorar la nutrición de su familia.
Sin embargo, en diciembre de 2024, el ciclón Chido azotó la zona inundó su casa. Arrancó partes del techo y destruyó la mayor parte de las semillas que tenía almacenadas. En respuesta, el Gobierno de Mozambique y la FAO, con financiación del Banco Mundial, pusieron en marcha un programa de distribución de semillas de emergencia para ayudar a la comunidad a recuperarse de esta última crisis. Paulo recibió nuevas semillas y una azada para reanudar sus labores agrícolas a tiempo para la siguiente temporada de siembra.
Cultivar la resiliencia, semilla a semilla
Paulo está reconstruyendo poco a poco su vida.
“Tuve que empezar de cero”, afirma. “Pero sé trabajar y ahora tengo una nueva forma de cuidar de mi familia”.
Para las familias de Chiure y de todo Cabo Delgado, las crisis, ya sean provocadas por conflictos o por el clima, se han convertido en parte de su vida cotidiana. Sin embargo, en medio de estos desafíos, la determinación de Paulo sigue intacta.
Sueña con ampliar sus parcelas, criar más ganado y construir una casa más segura para sus hijos. Junto con el Gobierno de Mozambique y con el apoyo continuo de sus asociados, la FAO continúa ayudando a comunidades como la de Paulo a reforzar su resiliencia para que, incluso ante la incertidumbre, puedan seguir creciendo, aportando y trabajando por un futuro mejor.
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