Cultivando soluciones ante el cambio climático en Centroamérica
Comunidades rurales del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) y la FAO enfrentan el cambio climático con innovaciones que fortalecen la agricultura familiar, mejoran sus ingresos y cuidan la naturaleza.
21/04/2025

©FAO/Mario Araujo
En los países del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) se encuentra el Corredor Seco, considerada una de las ecorregiones más susceptibles a la variabilidad y el cambio del clima. Se caracteriza por periodos largos de sequía con aumento de la temperatura o lluvias intensas. Las personas que dependen de la agricultura son las más afectadas en términos sociales, económicos y ambientales, con serias consecuencias en su seguridad alimentaria y nutricional.

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La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) trabaja con los gobiernos centroamericanos para promover soluciones innovadoras que apoyen el trabajo, liderazgo y conocimientos de mujeres y hombres en la preparación, junto a sus comunidades rurales, para enfrentar el cambio climático, la degradación de los recursos naturales y a las limitaciones para acceder a tecnología e innovación, claves para lograr el desarrollo rural inclusivo, fortaleciendo así su resiliencia y mejorando sus medios de vida.

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En Honduras, Pablo Osorto es un agricultor de la comunidad El Castaño en el municipio de Soledad, donde según datos oficiales, cerca del 78% de la población se dedica a actividades agropecuarias. Esta localidad es amenazada día a día por eventos climáticos extremos, lo que ha provocado pérdidas en cultivos, arriesgando su seguridad alimentaria, la de su familia y la de su comunidad.

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Para enfrentar esta situación, don Pablo, como le conocen en la comunidad, contribuye al desarrollo de una herramienta innovadora para reducir los riesgos de pérdidas y optimizar la producción agrícola: la Zonificación Agrícola al Riesgo Climático (ZARC), que analiza y mapea las áreas agrícolas en función de su vulnerabilidad a diferentes riesgos climáticos. Esta iniciativa es impulsada por la FAO, la Agencia Brasileña de Cooperación (ABC) y el Gobierno de Honduras.

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Con la ZARC, don Pablo recolecta datos esenciales sobre sus cultivos, desde la preparación del suelo hasta la cosecha, para determinar las fechas óptimas para la próxima siembra, conocer las probabilidades de éxito o pérdida, calcular la retención de agua después de las lluvias y entender mejor las necesidades de los cultivos. Con esto, contribuye a una mejor producción en su comunidad.

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En El Salvador, Nubia Fuentes, de 22 años, es promotora comunitaria de un proyecto implementado por la FAO y financiado por el Fondo Verde para el Clima (FVC) en el Caserío la Peña de la región oriental, que busca el manejo adecuado de los suelos. En las Escuelas de Campo aprendió a utilizar y mantener un sistema de riego por goteo, que le permite hacer un uso eficiente del agua y diversificar su producción.

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Nubia es una joven lideresa en su comunidad que ha inspirado a muchas mujeres, quienes ahora implementan lo aprendido en sus parcelas: labranza de conservación y mantenimiento de la cobertura del suelo, construcción de terrazas y acequias para promover la infiltración del agua, manejo integrado de la fertilidad de suelos para la retención de humedad y sistemas agroforestales, entre otras prácticas adaptadas al cambio climático.

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En Costa Rica, Michael González es un investigador especialista en suelos del Instituto del Café (ICAFE), y le apasiona comprender y fortalecer los procesos que sustentan estos ecosistemas esenciales para reducir sus problemas de degradación presentes en el 75 % de los suelos de América Latina y el Caribe. Junto a la FAO, la Alianza Mundial por el Suelo, el Gobierno y el sector privado, centra su trabajo en el abono orgánico, que mejora la capacidad de los suelos para almacenar carbono, reduciendo los gases de efecto invernadero, y contribuyendo así a la lucha contra el cambio climático.

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A través del mapeo digital de suelos, Michael y su equipo miden el contenido de carbono orgánico en fincas de Costa Rica para desarrollar modelos estadísticos que relacionan variables ambientales y propiedades de los suelos. Con ello, facilitan la toma de decisiones en la planificación del uso de la tierra, reducen su degradación y garantizar una agricultura sostenible.

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El trabajo de Michael aporta al fortalecimiento a los institutos nacionales de investigación, innovación y transferencia de tecnología, y trasciende los límites del laboratorio. En el campo, enseña a productoras y productores buenas prácticas de manejo del suelo, ya que los suelos saludables son clave para mejorar la productividad, la resiliencia, la seguridad alimentaria e incrementar sus ingresos.

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En Panamá, Adelina Sánchez es una indígena lideresa de la comarca Ngäbe-Buglé. A sus 38 años, es madre soltera de siete hijos y presidenta de la Organización Agropecuaria Artesana Sostenible de Mujeres de Alto Cedro (OPAMU), que se dedica al cultivo de ñame y ñampí, tubérculos de gran demanda en Panamá. Las largas distancias que deben caminar para comunicarse con proveedores y potenciales compradores han impedido su venta.

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Hace dos años, OPAMU fue seleccionada para participar de un proyecto que busca la digitalización de la pequeña agricultura, implementado por la FAO junto al Gobierno de Panamá y otros socios, con el apoyo de la República Popular China. Ellas recibieron capacitación en el uso de herramientas digitales, y la instalación de antenas y paneles solares. Así, montaron un ecosistema digital que facilita su acceso a mercados y a nuevas oportunidades.

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Adelina está estableciendo nuevos contactos con proveedores y comerciantes, lidera los procesos de capacitación de otras productoras y se actualiza con la información del Gobierno para el sector agrícola, lo que le permite consultar en línea reportes sobre alertas de enfermedades fitosanitarias, entre otras. Con estos cambios, la comunidad revitaliza sus medios de vida en el campo, que se vieron profundamente afectados por la pandemia del COVID-19.

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En Guatemala, Ingrid Ramírez es una agricultora y lideresa de 27 años que vive en la microcuenca del río Cayur, en Chiquimula. Ella se ha involucrado en las tareas agrícolas de la familia desde muy pequeña, lo que le ha permitido comprender la importancia de cuidar el agua como el pilar de la agricultura y el sustento de las familias que viven alrededor de la microcuenca.

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Para asegurar el acceso al agua durante todo el año y mejorar su conservación, Ingrid y su familia implementaron un sistema de riego por goteo y estanques interconectados para recolectar el agua de lluvia, además de otras acciones para disminuir el desperdicio de agua con el apoyo de la FAO, el gobierno y el financiamiento del Reino de Suecia. Con ello, pueden cultivar tilapia, regar sus cultivos y alimentar a sus animales.

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Estas acciones permitieron a Ingrid y a su familia diversificar su producción y fundar la Cooperativa Maya Chortí, que comercializa sus productos y los de otros miembros de su comunidad, así como participar del Programa de Alimentación Escolar. Con ello, mejoran sus ingresos familiares y ayudan a su comunidad.

©FAO/Mario Araujo
La Iniciativa Mano de la Mano, impulsada por la FAO junto a la institucionalidad del SICA y a otras instancias en el Corredor Seco, está generado respuestas efectivas para transitar hacia un territorio resiliente en áreas prioritarias identificadas por los mismos países.