Las mujeres del manglar
Son las cinco de la mañana y Aracelly Jiménez camina con el agua hasta las rodillas, mientras a su alrededor nadan serpientes y cocodrilos.
Desde los quince, Aracelly se levanta cuando el sol aún no ha salido, se coloca un sombrero en la cabeza y una blusa cómoda para caminar por el lodo aproximadamente durante una hora, bordeando la costa del océano Pacífico hasta llegar a las raíces retorcidas de los árboles del manglar de Chomes, en Costa Rica.
Los manglares son bosques de árboles y arbustos muy resistentes a la sal que crecen semi-sumergidos en las riberas del mar y en las desembocaduras de los ríos.
Se trata de hermosas zonas de transición entre la tierra y el mar, con características excepcionales; no solo protegen las áreas costeras contra la erosión, los ciclones y el viento, sino que sirven como “guarderías” para innumerables especies de peces, que se protegen entre sus raíces hasta alcanzar la adultez. Son más eficientes en almacenar carbono que la mayor parte de los bosques, y el valor de sus servicios ecosistémicos es más alto que el de los bosques terrestres.
Actualmente, las mujeres han logrado recuperar más de un kilómetro del manglar de Chomes, en el Golfo de Nicoya.
Aracelly visita el manglar para recoger moluscos y mejillones. Su venta le permite mantener a su familia y pagar la educación universitaria de su hijo, Luis Andrés.
De acuerdo a cifras de la FAO, en América Latina y el Caribe existe un alto porcentaje de mujeres que están relacionadas con la actividad pesquera. Se estima que al menos 16% de los empleos asociados a la pesca de extracción son ocupados por mujeres. Con su trabajo diario, estas mujeres están presentes a lo largo de toda la cadena de valor.
Pero la vida de una mujer molusquera no es fácil. Además de lidiar con el peligro de las serpientes y los ataques de los caimanes, muchas veces contraen hongos en las manos y en los pies, por pasar tantas horas en el agua. Sufren además constantes picaduras de mosquitos, achaques que deben curar con remedios naturales, ya que todavía están en proceso de lograr obtener un seguro médico subsidiado por el Estado.
“Una tiene que esforzarse mucho y el problema es que el producto no es bien pagado ya que hay muchos intermediarios”, explica Aracelly. Pero en Chomes las alternativas de trabajo son muy escasas y muchos de sus habitantes tienen como única fuente de trabajo la pesca o la extracción de moluscos.
En este contexto, la FAO, junto al Gobierno de Costa Rica y Coope Sol i Dar, las pescadoras y pescadores recibieron capacitaciones en empleo decente, gobernanza responsable de la tenencia, acceso a los recursos pesqueros, fortalecimiento de capacidades y equidad de género que les permitió reconocer el importante rol de las mujeres en la cadena de valor de la pesca.
Mediante todo este apoyo, las pescadoras y pescadores construyeron el plan participativo de aprovechamiento del recurso de moluscos para la formalización de su actividad. Asimismo, han accedido a fondos de financiamiento no reembolsables para el impulso del emprendimiento femenino y la organización de las mujeres en defensa de sus derechos, acceso al seguro social para mejorar sus condiciones de trabajo y han sido reconocidas en foros a nivel local, nacional e internacional.
De la marea roja al manejo sostenible
En 2013 la marea roja –un crecimiento explosivo de microalgas que hace venenoso el consumo de moluscos– afectó a Chomes durante varios meses, amenazando el bienestar de toda la comunidad.
Un grupo de mujeres decidió organizarse para enfrentar la emergencia: de esa crisis surgió la Cooperativa CoopeMolus-Chomes de pescadoras y pescadores artesanales.
Pero la cooperativa no solo aprovecha la riqueza del manglar sino que se preocupa de cuidarlo.
Para ello emplean su conocimiento tradicional para reforestar y hacer un manejo sostenible de los árboles y recursos naturales del manglar, con un plan de aprovechamiento participativo de los moluscos, que incluye la limpieza de playas y los manglares, un programa carbono azul comunitario, foros y acciones de pesca responsable. Además, ofrecen visitas guiadas educativas a estudiantes universitarios para que siembren árboles de mangle y conozcan las diferentes especies que existen.
Hoy Aracelly es presidenta de la cooperativa CoopeMolus-Chomes, conformada por 40 mujeres y 12 hombres que no solo cosechan los moluscos, sino que los venden a los demás habitantes de Chomes.
“Por semana, cada mujer gana alrededor de 40 mil y 50 mil colones, una entrada de ingresos que antes no teníamos. Nosotras estamos contentas porque aquí en la comunidad podemos vender mariscadas, ceviche y pescado”, dijo Aracelly.
“Ahora las mujeres hemos cambiado. Antes creíamos que por ser molusqueras no teníamos derechos de nada. Hoy sabemos que tenemos derecho a tener un empleo decente, a tener un seguro social, a ser reconocidas, a capacitarnos y empoderarnos más. Aún nos quedan muchos retos, pero sabemos que no estamos solas. La unión y la organización es clave”, concluyó Aracelly.