Oficina Regional de la FAO para América Latina y el Caribe

Pueblos indígenas de América Latina y el Caribe: guardianes del saber, la tierra y el alimento


Pueblos indígenas de Ecuador, Bolivia, Venezuela y Surinam trabajan con la FAO para liderar la conservación de la biodiversidad, asegurar la seguridad alimentaria de sus comunidades, generar ingresos y preservar sus tradiciones ancestrales.

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Miembros de la Asociación Agropecuaria Tsapau, dedicada a la conservación y restauración de la biodiversidad en la Amazonía en Ecuador.

©FAO/Paula Lanata

11/08/2025

En América Latina y el Caribe, más de 54 millones de mujeres y hombres indígenas enriquecen la diversidad cultural, alimentaria y espiritual de nuestra región. Sus modos de vida están profundamente entrelazados con la tierra, los bosques, los ríos y los mares. No solo preservan tradiciones ancestrales, sino que también custodian saberes esenciales para enfrentar los grandes desafíos de nuestro tiempo: la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la necesidad urgente de transformar los sistemas agroalimentarios hacia modelos más sostenibles y resilientes.

Sin embargo, muchos pueblos indígenas viven en condiciones de pobreza, enfrentan mayores riesgos de malnutrición y desnutrición, y están especialmente expuestos a los efectos de crisis alimentarias y ambientales. Además, resisten día a día la presión de modelos de desarrollo que amenazan sus territorios, su cultura y su forma de entender el mundo.

Este 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas, la FAO rinde homenaje a estos pueblos como aliados clave para alcanzar la seguridad alimentaria y la sostenibilidad del planeta. Sus sistemas alimentarios, basados en la diversidad, el respeto y la reciprocidad con la naturaleza, han nutrido a generaciones enteras y siguen ofreciendo soluciones innovadoras frente a los desafíos globales.

A través de cuatro historias de vida, compartidas por comunidades indígenas de la región, conoceremos su trabajo, junto a la FAO, para impulsar la conexión con la tierra, preservar sus conocimientos ancestrales y generar nuevas formas de resiliencia.

Microfinanciamiento sostenible Shuar en la selva amazónica ecuatoriana

Raquel Antún y Tarcila Ankuash son mujeres del pueblo indígena Shuar y habitan la región centro-sur de la Amazonía ecuatoriana. Ellas son parte de la Asociación Agropecuaria Tsapau, dedicada a la conservación y restauración de la biodiversidad en la Amazonía. El trabajo de esta organización se centra el Aja Shuar (huerta) que es su forma ancestral de agricultura, la cual promueve la producción agro-biodiversa, la regeneración de los suelos, la conservación de los polinizadores y del ecosistema del jaguar amazónico.

En la asociación, la voz de Raquel y Tarcila es escuchada por todos sus miembros. Ellas coordinan una caja de ahorro e inversión y asumen la responsabilidad de que las ganancias se traduzcan en beneficios para  su comunidad, ubicada en el Centro Shuar San Luis de Inimkis en la provincia de Morona Santiago.

Por muchos años tuvieron dificultades para acceder a préstamos, ya que su forma de propiedad colectiva de la tierra no se ajustaba a los requisitos del sistema financiero tradicional. Hoy, la caja de ahorro e inversión tiene tres líneas de crédito: productivo, educativo y emergente.

"Vimos que era muy necesario contar con una caja de inversión en la comunidad. Nosotros tenemos gastos por ejemplo de producción o nuestros hijos están estudiando y esta caja nos permite continuar con nuestras actividades", explica Raquel Antún.

La FAO, a través del Mecanismo para Bosques y Fincas (FFF) financiado por Suecia, Alemania, Reino Unido, Finlandia, Estados Unidos y Países Bajos, entre otros, brindó un apoyo integral y participativo que incluyó la reforma de los estatutos para diversificar sus cadenas de valor y formalizar sus actividades económicas. Actualmente, está apoyando en la obtención del registro sanitario para acceder a nuevos mercados, y ampliando sus conocimientos en abejas nativas y su manejo tecnificado para la producción de miel. Otro tema en que la FAO les ha brindado asistencia técnica es en la interseccionalidad entre el género, el cambio climático y la seguridad alimentaria.

Junto con dinamizar la economía local, como con un bioemprendimiento de meliponicultura liderado por jóvenes de Tsapau, este mecanismo de microfinanciamiento impulsa la conservación del patrimonio natural y revaloriza el patrimonio cultural.

Raquel Antún en un taller sobre la interseccionalidad entre el género, el cambio climático y seguridad alimentaria, y Tarcila Ankuash explicando cómo empoderar a las mujeres indígenas puede triplicar los impactos de la inversión con efectos positivos en la sostenibilidad. ©FAO/Paula Lanata

Producción de “Asaí de altura” en territorio indígena Tacana de Bolivia

Por primera vez, comunidades indígenas del departamento de La Paz, Bolivia, comercializan su producción de asaí, fruto estrella de la Amazonía boliviana, un logro colectivo que reactiva infraestructuras dormidas, genera alianzas y empodera a mujeres.

El primer lote comercial de asaí, considerado un superalimento por sus altas propiedades nutricionales, producido en los municipios de San Buenaventura e Ixiamas y entregado a la Empresa Boliviana de Alimentos (EBA), supera los 8 060 kilogramos de pulpa. Esto se logró gracias al trabajo conjunto de las comunidades de Carmen Pecha, Santa Rosa de Maravilla y Tumupasa, pertenecientes al territorio indígena Tacana. 

“Nos hacía falta un trabajo así, porque somos las mujeres quienes tenemos la responsabilidad de nuestros hijos. Esto nos ayudará a mejorar nuestros ingresos sin dejar la comunidad”, dice Siria Macuapa, lideresa de la comunidad Carmen Pecha.

La falta de asistencia técnica, capacitación y conexión con mercados había dejado en el olvido a plantas de procesamiento construidas años atrás. Eso cambió recientemente con la alianza técnica promovida por la FAO, a través del Proyecto Bosques Sostenibles, con financiamiento de la Plataforma Ambiental de la Unión Europea y Suecia. El esfuerzo articulado incluyó al Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, en inglés), EBA y a la empresa privada Biofood, entre otros actores.

A través de este apoyo, las comunidades garantizaron una cosecha segura y eficiente, y se reactivó la operación de las plantas de procesamiento. “Es la primera vez que participo en una cosecha de asaí. He aprendido dos métodos de escalada. Al inicio se me complicó, pero la práctica nos ayudará a mejorar y aprovechar mejor nuestro asaí”, dijo Víctor Hugo Dumay, de la comunidad de Santa Fe.

En esta misma comunidad, un grupo de mujeres lideró el proceso de recepción, control de calidad, despulpado y envasado hasta el despacho final del asaí.

Para el Pueblo Indígena Tacana, este proyecto no es sólo económico: es gestión territorial, cultural, género y generacional. Como lo resume Jorge Canamari, líder indígena: “Hace 33 años nos comprometimos a proteger este territorio. Hoy, este primer lote de asaí representa ese compromiso: es vida para nuestra gente y respeto a nuestra cultura”.

Miembros de la comunidad fueron capacitados en el trepado técnico de las palmeras con métodos de escalada, para aprovechar mejor los frutos. ©FAO/Raúl Pérez

Saberes ancestrales del pueblo Pemón y modernidad para la biodiversidad venezolana

Calixto Williams, es un ingeniero forestal de 36 años nacido al sur de Venezuela en la comunidad indígena “San Ignacio de Yuruaní”, en la Gran Sabana, en el estado Bolívar. Es descendiente del pueblo Pemón y creció escuchando a sus abuelos y padres hablar de su tierra.

Al volver a la Gran Sabana, los conocimientos que adquirió en la universidad complementaron la sabiduría tradicional que había heredado, proporcionándole una perspectiva única para enfrentar los desafíos de su comunidad: conservar la biodiversidad y promover el desarrollo sostenible, ya que la explotación desmedida de los recursos naturales amenaza el equilibrio de este ecosistema.

Mientras imparte clases en una escuela de la comunidad, Calixto sueña con un futuro donde los niños Pemón sigan aprendiendo las antiguas tradiciones.

El proyecto “Conservación y uso sustentable de la diversidad biológica en la cuenca del río Caroní, en el estado Bolívar” que ejecutan el Ministerio para el Poder Popular del Ecosocialismo (MINEC) de Venezuela y la FAO se apoya en líderes como Calixto, quien asiste al proyecto en el desarrollo de planes comunitarios y aprovechamiento de productos forestales no maderables.

El proyecto aborda las necesidades de las comunidades remotas que carecen de acceso a servicios básicos, promoviendo la agricultura sostenible, apoyando a las empresas locales y abogando por un mejor acceso a la atención médica y la educación.

“El proyecto, entre tantas acciones, desarrolla un programa de patios productivos y aprovechamiento de rastrojos, que ayuda a que baje la presión sobre los bosques y diversifica los productos en la sabana y en las mismas viviendas. Acá mismo hay yuca sembrada. Esto, además, baja la presión de muchas mujeres de tener que caminar hasta más de dos horas para cultivar y volver con los alimentos hasta su casa”, explica Calixto

En la historia de Calixto se funden la sabiduría ancestral y el conocimiento moderno. Su vida es un puente que conecta dos mundos, demostrando que es posible preservar las tradiciones indígenas y, al mismo tiempo, abrazar las herramientas y los conocimientos que ofrece el mundo contemporáneo.

Pueblos indígenas y tribales de Surinam forjan su propio destino con el arroz de montaña

En Surinam, el proyecto «Arroz de montaña» se desarrolla en las aldeas de Apoera, Section, Washabo en el oeste de Surinam, y Witagron, en la zona norte-central del país, con la colaboración de las organizaciones de pueblos indígenas y tribales de Surinam, VIDS y KAMPOS. La iniciativa se centra en promover el cultivo de esta variedad, especialmente entre las mujeres de las comunidades indígenas, como medio para mejorar la seguridad alimentaria y generar ingresos.

El acceso a Witagron es difícil, y la gente vive de lo que produce la tierra. La anciana del pueblo, Noldea Josea, dice que la introducción del cultivo de arroz tiene el potencial de cambiar el destino de Witagron. “Esto es algo que queríamos hacer desde hace mucho tiempo todas las mujeres aquí”, dice.

Este proyecto se enmarca en el programa conjunto «No dejar a nadie atrás, fomentar la resiliencia y mejorar los medios de vida de los pueblos indígenas y tribales en Surinam» de la FAO y con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que incluye un componente destinado a mejorar los medios de vida, resiliencia climática y la seguridad alimentaria de las redes de mujeres agricultoras.

Apoera es otra aldea de difícil acceso. Todos los bienes y servicios deben ser transportados en un largo camino desde la capital, Paramaribo, por vía terrestre y de navegación río arriba. Víctor James, consejero del pueblo y subcapitán, dice que el arroz ha aportado una nueva dimensión a la agricultura. “En su mayoría, son las mujeres quienes están llevando adelante este trabajo”, explica.

Las mujeres de Apoera están entusiasmadas con el potencial de una nueva fuente de ingresos. Durante años han cultivado banana, yuca, maracuyá y pom tayer (malanga amarilla), pero con escasas posibilidades de llegar al mercado y generar ingresos. “Parece que se viene un buen futuro. Me imagino con una buena granja de arroz propia de la que pueda comer”, dice Mayfield Frederick, abuela de cinco nietos.

El proyecto proporciona a las mujeres capacitación en manejo de suelos, métodos modernos de siembra y cultivo sostenible de arroz. También orientación, herramientas y equipos para cultivar arroz de montaña, incluido el acceso a un mini molino de arroz.

“Antes de que comenzara el proyecto piloto, sembrábamos arroz de una manera diferente a la que nos enseñaron en el proyecto. En la capacitación, el método es más moderno”, reflexiona. “¡Este arroz sí que vale la pena! Es mejor y más saludable porque no usamos pesticidas”, dice Daphne Lengaart, de la aldea Washabo, quien dice estar agradecida por la oportunidad de servir a su comunidad y orgullosa de ser parte del tejido económico de su comunidad.

Los manuales de capacitación de formadoras y el equipo mecanizado, esencial también, permiten a estas mujeres compartir sus conocimientos con sus comunidades, entregando herramientas sobre resiliencia y empoderamiento femenino.

Para estas agricultoras indígenas y tribales el mayor aporte del proyecto es la autodeterminación, el control de sus recursos y la toma de decisiones sobre su propio futuro. En un entorno cultural donde los hombres tradicionalmente dominan los recursos y activos agrícolas, el proyecto proporcionó a las mujeres agricultoras acceso a formación, tecnología y herramientas que promueven la igualdad de oportunidades económicas.